Y una vez más me pregunto
cómo en un espacio tan grande
(el que hay de mis caderas a tu sonrisa)
soy capaz de sentir tu respiración.
Y de nuevo encuentro la respuesta:
y es que si tu sonrisa no estuviera
mis caderas jamás tendrían la tentación de acercarse a ti,
y mi piel no conocería ningún escalofrío
y mis ojos no serían capaces de brillar con tanta intensidad.
Pero,
como en la mayoría de los casos,
tu sonrisa no se da cuenta de esas cosas,
y por eso yo sigo aquí,
y tú jamás te preguntas por mí.
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