martes, 3 de junio de 2014

Reflexiones nocturnas

Quizá yo nunca llegue a verte, y por eso nunca sepa qué puedo hacer en una primera cita contigo. Quizá no crucemos más palabras, y mi boca se quede con ganas de hablarte un poco más (aunque en realidad hablemos con los dedos). Tal vez nunca pueda llegar a tener esa primera cita contigo, porque tu vida está en dirección opuesta a la mía, y ya ni te hablo de esa sonrisa,  imposible de alcanzar, como también es imposible llegar a Marte si no es en una noche especial. Mis manos puede que nunca te lleven a mis lugares preferidos de Madrid, y no te acompañen a los rincones de las playas de Málaga que tanto me han arropado cuando era pequeña. Pero eso son mis refugios, yo sin embargo, no conozco nada de ti. Sólo sé que eres libre, muy libre, que te cuesta enamorarte, que cenas verdura y que algún día serás verde. Sé que adoras los patos pero no sé que sitios quieres visitar, no sé cual es tu ciudad favorita, ni tu color especial,  ni si te gusta bailar... ni sé siquiera si algún día te llegaré a gustar, pero espero que si llega, me expliques por qué narices no me enseñaste antes a sonreír mientras escribes, a leerte en cualquier día, hasta en los malos. Y llorar. E imaginar. Y llegar a Marte volando. Siendo libre. Como tú. Ese sería el lugar especial para una primera cita, Marte. Donde se hagan realidad las historias de tus relatos, donde tu vida deje de ser tan libre por una noche para atarse al planeta rojo (o a mi ombligo). ¿Es posible sentir sin ver, sin tocar, al igual que es posible follar sin besar? No es posible, y tampoco lo es que esto se haga realidad. Y si hablo sinceramente, no quiero. Por eso mi primera cita es sólo imaginación, de lo que haríamos si alguna vez fuéramos más. Pero más... en Marte, donde volar no se puede, porque no hay gravedad.

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